La matemática, en este caso, es muy simple. No hay misterios. Los costos de funcionamiento aumentan todos los meses, mientras que la afluencia del público se cayó por un tobogán en los últimos años. Así, no hay bolsillo ni proyecto que aguante. Por eso, anoche cerró sus persianas El Árbol de Galeano, uno de los últimos exponentes de esa movida que brilló en Tucumán con la categoría de “bar cultural”.
Se acabó lo que se daba. No va más. En los rincones de esa vieja casa recuperada en calle Virgen de La Merced al 400 se respiran lamentos. Una misión cumplida, seguramente, pero nadie trate de ponerle optimismo a este momento. Es un velorio. Porque mucho más que un bar, “El Árbol” logró convertirse en un reducto de las más diversas manifestaciones de la cultura. Allí se dictan talleres de todo tipo, funciona una biblioteca especializada en temas de género, hay muestras de artes plásticas y muchísimas actividades que ahora tambalean. El bar no va más, pero la sala teatral funcionará al menos durante todo agosto, para cumplir con los compromisos ya adquiridos.
Evolución
Este año el bar había cumplido 11 años. Comenzó en un tercio de la superficie que hoy ocupa. Un año después de la apertura se construyó una sala de teatro independiente, que comenzó con capacidad para 70 personas y luego se amplió a 120. La sala ayudó a traccionar gente al emprendimiento gastronómico, pero últimamente no se lograba cubrir los costos ni de una ni del otro.
“Las razones son muchas”, admite Fernando Ríos Kissner, uno de los socios fundadores. Una de ellas es que cambiaron los hábitos de consumo, las preferencias del público. “No podemos trabajar a pérdida ni un día más. No dan los números. Entendemos que hay también un cambio en las modas, en lo que busca la gente, y que al Árbol le hace falta una buena inversión para ponerse a tono, pero nosotros no podemos hacerla”, dijo el gestor cultural en diálogo con LA GACETA.
“Seguimos cobrando la misma entrada desde hace años, pero los costos se han disparado. Para peor, no vemos que haya una solución futura: uno lee el diario y todos los días hay nuevas medidas de ajuste económico, más aumentos en las tarifas y en los servicios... no hay una buena perspectiva de futuro; todo lo contrario”, lamentó desesperanzado.
Entre esos costos que se incrementaron está la energía eléctrica: $ 60.000 la última boleta. “No es el único factor, como se piensa; es uno más. Incluso nos llamaron de EDET para hablar de ese tema”, sostuvo Ríos.
Son 18 los empleados que integran el plantel y que conservarán sus puestos durante agosto, especificó Ríos. “El mejor escenario es que alguien pueda tomar la posta y retomar el negocio, pensando principalmente en los puestos de trabajo”, expresó el dueño.
La sala
Lo que sigue es el cierre de la sala, previsto para fines de agosto. Durante este mes seguirá funcionando para cumplir con la agenda pautada, pero no pueden asegurar una continuidad. Ayer, dueños y empleados miraban el lugar, lo recorrían, como sin saber por dónde empezar a desmontarlo.
“Es una gran pérdida para el teatro independiente de Tucumán; un gran golpe para la actividad. Es una sala llena de proyectos, de trabajo, una de las que mejor estaba. Es también una muestra de la situación económica y social que estamos pasando y la falta de recursos en las que se encuentra la cultura y toda la sociedad”, analizó Roberto Toledo, representante del Instituto Nacional del Teatro (INT) en Tucumán.
Respecto del ecosistema de salas de espectáculos, Ríos sostuvo que en muchas ocasiones las salas independientes como la suya sufren la competencia de espacios oficiales, contra los cuales se hace imposible batallar. “Un ejemplo claro de lo que me pasó: ya teníamos fechas pautadas con una producción y días antes me dijeron que la harían en el teatro Rosita Ávila, porque no les cobraban bordereaux. Por supuesto, se fueron y lo hicieron ahí. Con eso nosotros no podemos competir y considero que los teatros oficiales están para esas cosas, no para competirnos a los independientes”, fustigó.
Toledo afirma que en Tucumán se suma un escollo más, que hace imposible que se llegue a comprar las salas para dejar de pagar alquiler. “El mercado inmobiliario de Tucumán es voraz. En otras provincias logramos que se compren salas, pero acá es imposible”, finalizó.
> ANÁLISIS
Salvemos las salas
GUILLERMO MONTI | LA GACETA
A Tucumán no le sobran espacios, ni en el on ni en el off, como para darse el lujo de seguir perdiéndolos. De allí la necesidad de salvar las salas, todas las salas, las del Árbol de Galeano y las que viven amenazadas por los costos altísimos a lo ancho de la geografía provincial.
Sostener los circuitos culturales es un trabajo complejo, y mucho más en épocas de crisis. En ese sentido El Árbol fue aplicado para armar una programación variada, rica en matices, capaz de conjugar teatro, música y artes plásticas, puertas adentro y a cielo abierto. Es una contribución valiosa para ese circuito que se construye y se mantiene a pulmón, tanto en el centro como en los márgenes. La bajada de persiana es una noticia pésima.
Financiar un complejo como el del Árbol no es barato. Gastos fijos astronómicos, como los revelados por los propietarios, asustan a cualquier inversor. Y más tratándose de una actividad tan atada al fluctuante comportamiento del público. A veces la boletería estalla, a veces queda anémica, aún contemplando una cartelera de calidad como la que siempre intentó mantener El Árbol. Pero hay tiempo para buscar algún plan B, tal vez uniendo lo público y lo privado en un modelo de gestión. Creatividad es la clave.